Pensamiento Nacional o cortesía debida

Por GE y LC

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Los intelectuales son de derecha en tanto no son dadaístas ni situacionistas y esconden que las ideas circulan en el espacio democrático igual que las mercaderías.
Alejandro Rubio, 2014.

La reciente creación, en la órbita del también reciente Ministerio de Cultura de la Nación, de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional generó inmediatamente una reacción adversa por parte de la intelectualidad “independiente”, la cual motivó las explicaciones de Ricardo Forster, flamante secretario y la reciente objeción terminológica de Horacio González.

Los nombres, se sabe, no solamente tienen un carácter referencial (abstracto o concreto); en ellos se reconocen huellas y ecos de otros usos inscriptos inevitablemente en la historia. Los intelectuales mencionados por la prensa liberal asociaron la noción de pensamiento nacional con el nacionalismo de derecha y la idea de “coordinación” con un supuesto control estatal de la libertad creadora durante el peronismo. Horacio González, por un lado, critica el nombre de la secretaría y lo califica de desafortunado y, por otro, legitima su creación apelando al curriculum académico de Forster, un estudioso de la Escuela de Frankfurt y en particular del pensamiento de Walter Benjamin. Pero el mérito de Ricardo Forster no debería reducirse a su prestigio, es decir, a la legitimidad reconocida por sus pares intelectuales, sino a su participación en la creación del grupo Carta Abierta en pleno conflicto del gobierno con las patronales del agro. Intervención militante que lo lleva hoy a ocupar ese cargo.

En el último número de la revista Mancilla, se publicó un ensayo de Alejandro Rubio titulado “Antiintelectualismo”. En él, hace un contrapunto entre Arturo Jauretche y Ernesto Laclau: mientras el primero rechazó el mote de intelectual, porque creía que en un país dependiente ese rol estaba asociado inevitablemente al conservadurismo, Laclau se habría sentido cómodo en su papel de intelectual, discutiendo con otros intelectuales y pensando la política desde ese lugar. Esta diferencia señalaría “la fisura intrínseca de una posición en el campo intelectual y político”, fisura que separa el reconocimiento proveniente del campo intelectual del reconocimiento político. La apelación de González a los méritos académicos de Forster es una muestra del valor que un intelectual le asigna a la “cortesía debida entre miembros de la misma profesión”.

Esta cortesía entorpece la producción de un pensamiento nacional, que no es un sintagma recluido en las peñas militantes o del folklore nacionalista, ni siquiera una tradición ensayística más o menos negada por la academia: es el título de un número de la colección “Para principiantes” a cargo de Nerio Tello y Fabián Mezquita, prologado por Norberto Galasso y publicado en 2012. Es la intención de producir una cultura propia, entendiendo por ella no el ideal de una cultura esencial, armónica y hostil a cualquier influencia, sino una cultura atravesada por conflictos, apropiaciones e intereses bien concretos, que pueda anudar una idea estética con la recuperación de la soberanía energética.

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El relato de los commodities

Por Guillermina Esmoris y Luciano Campetella

 

  Es un lugar común señalar que la bonanza de los años kirchneristas, o del último ciclo de la historia nacional, se debe a la coyuntura mundial de altos precios de las materias primas agropecuarias, en particular, de la soja. De ahí que se diga que la fuerza que verdaderamente impulsa las políticas del gobierno sea el denominado “viento de cola”, materializado en el ingreso de cuantiosos volúmenes de dólares provenientes de la exportación. Sin embargo, cabe preguntarse si esto es realmente así, no porque el sentido común no tenga una base en la realidad sino porque, en todo sentido común hay intereses concretos que pugnan por establecer una cierta versión de ella.

¿Esto es realmente así?

  Partamos de tres situaciones innegables. Primero: el sector agropecuario, que hoy tiene el contorno de un complejo agroindustrial altamente concentrado y transnacionalizado, es probablemente el más competitivo de la economía nacional. Segundo: dicho sector, y el complejo sojero en particular, ocupa un lugar central en las exportaciones argentinas. Tercero: las retenciones a las exportaciones constituyen una porción significativa de los ingresos estatales. Sin embargo, ninguno de estos tres factores habilitan, per se, a sostener que el precio de los commodities sea el sustento único y definitivo del modelo económico.

¿Y el Estado?

  Lo que el sentido común que describimos antes elude sistemáticamente es otro hecho no menos innegable que la importancia del sector agropecuario: se trata de la transformación del Estado, un cambio, por cierto, que va más allá de la implementación de retenciones del agro. En el artículo “Argentina: ¿nuevo modelo o ‘viento de cola’?” (2012), el sociólogo Martín Schorr afirma: “Si bien el proceso de crecimiento que atravesó Argentina tuvo lugar en el marco de una mejora de las condiciones prevalecientes en los mercados internacionales, no fue ésta su causa principal, ni mucho menos la única. Por el contrario, fue la demanda interna el motor fundamental sobre el que se sustentó la importante fase de crecimiento de los últimos años” (subrayado nuestro). Para apoyar esta afirmación, Schorr presenta el siguiente gráfico:

 

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  Como se observa, el consumo, primero, y la inversión, segundo, son los factores principales que explican el crecimiento de la demanda global entre 2003 y 2010. Asimismo, lo que el gráfico no muestra es que detrás del consumo y de la inversión se ubican una serie de políticas que constituyen la particularidad de un Estado que cambió su rol respecto de la década de 1990: el 52% del consumo se sostiene por los aumentos de salarios, la ampliación de derechos mediante jubilaciones y la Asignación Universal por Hijo, entre otras; el 29% de inversión se fundamenta no solo en la inversión privada sino también en los planes de infraestructura que definen la época.

Del “viento de cola” a los políticos commoditie

  El sentido común acerca de la soja como principio rector de la economía nacional deriva, en algunos análisis, en la conceptualización de una política “normal”, ajena a los conflictos y desideologizada. La continuidad de los altos precios de los commodities explicaría el ascenso de una nueva generación de dirigentes, basado en un supuesto consenso acerca de ciertas políticas implementadas por el kirchnerismo, como las retenciones y la AUH, que no se tocarían con un cambio de gobierno.
   La consecuencia lógica de una visión caricaturizada del modelo es una caricaturización de la política, en la que Scioli, Massa y Macri serían más o menos lo mismo. Sin embargo, debemos preguntarnos si ese consenso subyacente, alimentado por el boom de los commodities, tiene algún matiz de realidad o si se trata más bien de una nueva cara del discurso del “fin de ciclo”.

 

 

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El negocio de la crisis (y la política del negocio)

por Luciano Campetella y Guillermina Esmoris

   La lectura del último número de la revista crisis arroja una conclusión unívoca e inevitable: la crisis, “tan materialista y fatal, ella, como siempre” se ha instalado una vez más entre nosotros. En el artículo “La crisis nuestra de cada década”, la coyuntura es ubicada en una genealogía cuyos principales hitos son las crisis de 1975, 1989 y 2001. Si bien se aclara que la situación actual no es estrictamente comparable con esos episodios, lo cierto es que esta genealogía no hace más que contribuir a la construcción de una imagen de crisis terminal, no solo de un modelo económico, sino de la sociedad en general. La economía argentina es definida como “un ser histérico y trastornado que con notable regularidad se sobresalta y colapsa”, en una mirada organicista y fenomenológica en la que poco valen las particularidades históricas y las acciones paliativas. Frente a ella, el kirchnerismo “ha dejado de lado el kirchnerismo” y el aumento conseguido por las fuerzas de seguridad el año pasado estaría anticipando el advenimiento de un ciclo represivo en el cual “no debería sorprendernos que sus medidas (las del gobierno) para atravesar el río vayan tornándose cada vez más violentas”. En definitiva, el tan invocado ‘fin de ciclo’, consecuencia tanto de la crisis recurrente como de un gobierno en franco camino hacia la derechización.

   Ante este diagnóstico, la revista se pronuncia vagamente a favor de una “autonomía para pensar estrategias propias y no recaer en la ortodoxia”, que unas páginas después se articula en el “cuasi-programa” del economista del Frente Renovador Miguel Peirano. Este, afirma el entrevistador, “nos invita al sepelio de algunos conceptos clave de la última década y los despide con todos los honores, para siempre”. ¿Cuáles son esos conceptos que habrían quedado sepultados por la mano mágica de este economista? Nunca se explicitan. De hecho, resulta llamativa la cercanía de los conceptos de Peirano con las políticas kirchneristas, al punto de que el economista argumenta su pertenencia al FR en una mera cuestión de creencia “si yo mismo no lo creyera (la concepción desarrollista del líder del Frente Renovador), no estaría colaborando con Massa”. Así, la revista fracasa en su intento de presentar una alternativa a la crisis del kirchnerismo.

   En resumen, la insistencia en instalar una crisis terminal ante la cual las únicas propuestas que se plantean vienen de la mano de un economista del Frente Renovador es la curiosa operación que efectúa una revista que se presenta a la izquierda del kirchnerismo, denunciando el “ajuste”, el trabajo precarizado y la sojadependencia extranjerizada, pero que recurre a un partido de derecha para vislumbrar una salida política. ¿Se trata de una contradicción? ¿O el escenario catastrófico relatado en la revista, en el cual la represión policial será la respuesta estatal al creciente conflicto social, es perfectamente funcional al cierre “por derecha” del ciclo kirchnerista?

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